La doctora Susana Jiménez, responsable de la Unidad de Juego Patológico del Hospital de Bellvitge y coordinadora de un estudio, asegura que “ahora llegan a la consulta pacientes más jóvenes, con estudios universitarios y con niveles socioeconómicos más elevados” como consecuencia de la popularización del juego por Internet, que ha cambiado el perfil del paciente con problemas de adicción.
De esta forma, los pacientes más jóvenes, de entre 17 y 35 años, tienen más tendencia a la impulsividad y a buscar nuevas sensaciones que actúan como factores precipitantes de la adicción al juego; mientras que para las personas de edad avanzada, de entre 55 y 86 años, el juego es una vía para “modular estados emocionales negativos, huir de sentimientos de soledad, insatisfacción o malestar físico”.
Una de las conclusiones del estudio –publicado en la revista Journal of Gambling Studies– es que el juego patológico es un trastorno transitorio y episódico en la vida del paciente ya que hay determinados momentos de la vida en los que se puede controlar mejor esta conducta. También revela que las mujeres se inician más tardíamente en el juego, hacia los 35-40 años, mientras que los hombres empiezan a jugar más jóvenes.
“El único factor de la personalidad que no varía con la edad es la autodirección, la capacidad de tomar las riendas de nuestra vida, de ser persistentes con un objetivo”, un rasgo que, según la investigadora, es “bajo en todas las etapas y que puede dar la clave para actuar en el tratamiento y en la prevención del trastorno”.
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Gran participación institucional con la sistencia de la Delegada Territorial de Salud de Huelva, la 1ª Teniente Alcalde del Ayuntamiento de Punta Umbria, la Coordinadora Provincial del Voluntariado en Huelva y el Delegado de la Viceconsejeria de la Junta de Andalucia en Huelva, así como representantes de Colectivos, asistiendo una representacion de AONUJER, Presidente, Secretario y Trabajadora Social. Finalizando con un aperitivo.
En Japón, sin embargo, se trata de una epidemia: cerca de un millón de adolescentes y jóvenes padecen este síndrome. Se aíslan durante años en un mundo paralelo en su habitación, no mantienen relación con persona alguna, no se bañan o duchan durante meses, no se cortan el pelo, no realizan actividades físicas... La familia del hikikomori «sabe que sigue respirando porque devuelve vacía la bandeja de comida que le dejan en la puerta y porque oyen el crujir de la madera en el piso cuando decide dar una vuelta por su pequeño cuarto», describe el doctor Jesús J. de la Gandara, jefe del servicio del Psiquiatría del Complejo Asistencial de Burgos, en el primer trabajo documentado que se publicó en nuestro país sobre los hikikomori. En los peores casos, ni siquiera abandonan su habitáculo para acudir al baño. La familia recoge los restos en bolsas que van acumulando.
Muchos se refugian en un universo alimentado por internet: videojuegos, redes sociales, consolas... «Son una mezcla de aislamiento social y adicción a las nuevas tecnologías», resume Campayo.
«Mi vida es el ordenador» confesaba un chaval de 16 años al psicólogo Sergi Banus, director de psicodiagnosis.es. «Estuvo seis meses encerrado en casa —relata Banús—, no iba al instituto y hasta ese momento había sido un estudiante con un buen rendimiento. Tenía a sus padres acorralados porque les amenazaba si le cortaban internet. Es difícil sacar a estos chicos porque te desprecian y no quieren salir de su aislamiento. Era un chico capaz de chatear y relacionarse con sus amigos por internet, pero incapaz de ver a los amigos cara a cara si le visitaban en casa».
¿Es internet el motivo del aislamiento de los hikikomori o hay otras causas que conducen a los chavales a refugiarse en el mundo virtual? «Siempre hay un detonante —afirma el psiquiatra Campayo—: un disgusto, la novia que le deja, los amigos que le presionan o le hacen el vacío... Son chicos más tímidos, con baja autoestima y dificultad para relacionarse. Pueden tener o no altas capacidades. Asociado a ello está el desarrollo de las nuevas tecnologías que facilita la adicción y el aislamiento».
No hace falta ser un hikikomori, un caso extremo, para aislarse del mundo y engancharse a la Red. En España, un reciente estudio del Centro de Seguridad en Internet Protégeles (financiado por la Unión Europea) advertía de que más de 350.000 (21,3%) chicos españoles de entre 14 y 17 años están desarrollando alguna conducta adictiva a internet: dejar de ver a los amigos o no mostrar interés por actividades que antes les encantaban, no querer hablar con el resto de la familia, o estar más irascible que de costumbre, o negarse a cenar todas las noches, o dormir mal o descuidar su higiene... «Está empezando a surgir una versión del hikikomori que tiene su raíz en la adicción a internet», asegura el psicólogo Sergi Banús.
El estudio reveló que los españoles son los adolescentes europeos que tienen mayor riesgo de obsesionarse con la Red y sufrir sus consecuencias: desde depresión y estados de ansiedad hasta incapacidad para mantener relaciones con sus iguales, o incluso pueden desarrollar conductas agresivas. Llegadas estas situaciones el menor ya es adicto a internet, y les ocurre a 1,5% chavales de nuestro país.
El riesgo de la adicción pesa sobre muchos. De hecho, el estudio ha venido a demostrar que los adolescentes son los que más usan de forma abusiva las redes sociales; en concreto, casi el 40% se conectan a ellas a diario y durante más de dos horas, una práctica que les pone en serio peligro.
A pesar de este preocupante panorama, el presidente de Protégeles, Guillermo Cánovas, aconseja conservar la calma. «La mayoría de los chicos —asegura— superan por sí mismos esta primera etapa» en la que se sienten fascinados por internet. «Es cuando muestran señales preocupantes de adicción pero aún no son adictos», afirma. Los que terminan siéndolo necesitan ayuda profesional, aparte de la de la familia.
Lo difícil es determinar cuándo un adolescente o joven ha cruzado la línea roja y es adicto a la Red, porque «ya es habitual —como afirma Juanma Romero, fundador de Adicciones Digitales— que los chavales estén un día o un fin de semana encerrados en casa, enganchados a los videojuegos y que solo duerman un par de horas».
Nuevos hábitos que empiezan a tener efectos demoledores en los chicos: «Se vuelven uraños, les cambia el carácter, no se quieren relacionar con los demás, solo lo hacen online, les cuesta mucho trabajo esa relación de tú a tú, pero con el teclado lo hacen perfecto. Eso tendrá consecuencias en su futuro, en su capacidad para empatizar, para relacionarse en un entorno laboral, con sus compañeros y sus jefes...», asegura Romero.
Para Sergi Banús existe una señal inequívoca ante la que preocuparse: «Cuando el niño cambia los hábitos diarios: si pierde interés por series de televisión que le gustaban, o actividades que antes eran gratificantes o por los amigos, o cambia hábitos de sueño o de alimentación, o tiene cambios de comportamiento, no quieren salir los fines de semana»...
Se pueden prevenir estas situaciones, coinciden los expertos. Los padres deben dar a conocer a los hijos una serie de límites y normas que cumplir desde el primer momento en que se conectan a la Red. «Y respetarlos a rajatabla —aconseja Juanma Romero—. Hay que establecer un horario durante el día para usar el ordenador, nunca por la noche, y supervisar cuando lo necesiten para hacer deberes. Tampoco hay que dejarles ir con el móvil a la cama». Al igual, Guillermo Cánovas cree que los padres deben mantener dos principios elementales a la hora de que los chicos usen esta herramienta: regular el tiempo que están en internet y promover, además, otras alternativas de ocio (relaciones con amigos, deportes, salidas...).