Se caracteriza por la presencia de algunas situaciones tales como: la incapacidad de controlar el tiempo empleado en jugar, el creciente dinero gastado, el fracaso reiterado en cambiar ese comportamiento, la pérdida de relaciones personales, intentos repetidos de recuperar el dinero perdido, ocultación, engaño, etc.
Cuando ocurre esto, la apuesta deportiva pasa de ser un juego a una adicción, con la dificultad inherente de ser entendida como tal por la familia y hasta por el propio afectado. El jugador es visto como un vicioso, como una mala persona. Se incrementan los problemas que afectan a todo el conjunto familiar. Como ocurre en otras adicciones, el ludópata llega a cometer ilícitos en la búsqueda de recursos para jugar, agravando con ello los problemas ocasionados.
Además, una persona enganchada al juego “vive” para jugar, renegando habitualmente de posturas críticas, reivindicativas, solidarias. Se transforma así en un ciudadano “cómodo” para los poderes dominantes.
¿Todos ganan?
El juego de azar es una actividad económica que no crea riqueza; sólo consiste en pasar dinero de unas manos a otras. Está organizado garantizando el máximo beneficio para el que lo explota y la pérdida para el que juega. El volumen de negocio en España (lo gastado por los apostantes) superó los 40.000 millones de euros, según el Anuario del Juego 2018. Sus beneficios brutos ascendieron a 9.000 millones. Las dos variantes de apuestas deportivas que han experimentado mayor crecimiento estos últimos años son el juego online y las casas o salones de apuestas. Ambos obtienen grandes beneficios, ya que en su mayoría están radicados en paraísos fiscales o países de baja fiscalidad. Los pocos puestos de trabajo que generan son de baja cualificación.
La proximidad de la casa de apuestas o del juego online es un elemento determinante que facilita la consolidación de la conducta adictiva. Además, la inmediatez en conocer el resultado y en disponer del premio la incrementa aún más. Se ceba en particular con los estratos sociales de menos recursos, que se agarran al juego como la única salida para huir de la cruda e injusta realidad que les rodea.
No es casualidad que surjan como hongos en los barrios obreros periféricos, asolados por tasas de paro muy elevadas. Ubicándolas cerca de centros educativos y de ocio, buscan atraer a una juventud empobrecida, sin futuro, y carente de alternativas con las que desarrollarse, seducida por el supuesto dinero fácil. Como los controles de acceso en muchos casos son laxos, la participación de menores en ellos, no es inhabitual. En algunos barrios, por las mañanas en los recreos, los adolescentes se arremolinan alrededor de los salones. Y apuestan directamente o recurren a un mayor para que lo haga por ellos. Incluso se constata que adolescentes se citan en ellas para ver juntos partidos de fútbol, fumar y beber.
Diversos estudios confirman el elevado porcentaje de jóvenes que apuestan prematuramente. Por ejemplo, el Estudio de juego de apuestas y predictores psicosociales en adolescentes de la provincia de Huelva refiere que el 23,8% de los adolescentes entre 15 y 17 años ha apostado alguna vez en los últimos 12 meses. Por su parte, otro estudio de la Universidad de Santiago de Compostela revela que uno de cada cuatro adolescentes gallegos de entre 12 y 17 años ha apostado alguna vez, y la mayoría mediante apuestas presenciales. Estamos ante el granero del juego patológico. La ludopatía se instala así como un impuesto a la pobreza o, como algunos ya califican, “la heroína del siglo XXI”.
El "dejar hacer" de los poderes políticos
Las modalidades de apuestas online de ámbito nacional son competencia del Estado central. Sus diferentes organismos llevan años debatiendo su regularización sin establecer medidas eficaces que pongan coto a su desmesurado despliegue. Con el juego presencial de competencia autonómica, (y loterías y juegos online autonómicos, de menor fiscalidad que el estatal) ocurre algo similar. Es de sobra conocida la vinculación de la derecha política española y los principales operadores del juego, con ex altos cargos participando en los consejos de administración o en los lobbies del sector. Más allá de ostentosas declaraciones, es llamativa la lentitud, rallante en la inacción, con la que actúan los poderes públicos ante este grave problema social y sanitario. Además, la atención y tratamiento de esta adicción se deja casi exclusivamente a cargo de las propias asociaciones de afectados, que perciben escasas subvenciones del Estado.
Se hace imprescindible de manera urgente ordenar el sector regulando la publicidad de forma similar a lo ya actuado con el tabaco y alcohol, prohibiendo la participación en sus anuncios de “personas relevantes”, separando el contenido de los programas de la publicidad, estableciendo un control efectivo de acceso a los salones y a los propios terminales de juego y apuestas, mediante lectores de DNI electrónico, protegiendo a jóvenes adolescentes y personas auto-prohibidas, fijando en 500 metros la distancia mínima entre un centro educativo y el salón de juego y en 250 metros el espacio entre las propias casas de apuestas.
Además, es de vital importancia ofrecer a los jóvenes alternativas deportivas, sociales, culturales y de ocio con las que desarrollarse, equiparando los impuestos sobre el juego independientemente de la titularidad del operador, trasladando un porcentaje a su tratamiento y prevención, mejorando los servicios de inspección, etc. Paralelamente, desarrollar campañas que vayan más allá de cuatro frases, apelando a la responsabilidad individual.
Hasta que se ordene el sector en beneficio de la población en general y los menores en particular, los propios ayuntamientos deberían suspender el otorgamiento de licencias de apertura de locales de juego de azar. Frente al abandono institucional, empiezan a verse esporádicos episodios de organización y resistencia vecinal ante la nueva droga de los salones de juego.
Tanto despropósito, tanto dolor, para una actividad económica no productiva, innecesaria y altamente tóxica, que como tal no crea riqueza alguna. Se limita exclusivamente a mover dinero. Y en este juego, siempre pierden los mismos.
Se caracteriza por la presencia de algunas situaciones tales como: la incapacidad de controlar el tiempo empleado en jugar, el creciente dinero gastado, el fracaso reiterado en cambiar ese comportamiento, la pérdida de relaciones personales, intentos repetidos de recuperar el dinero perdido, ocultación, engaño, etc.
Cuando ocurre esto, la apuesta deportiva pasa de ser un juego a una adicción, con la dificultad inherente de ser entendida como tal por la familia y hasta por el propio afectado. El jugador es visto como un vicioso, como una mala persona. Se incrementan los problemas que afectan a todo el conjunto familiar. Como ocurre en otras adicciones, el ludópata llega a cometer ilícitos en la búsqueda de recursos para jugar, agravando con ello los problemas ocasionados.
Además, una persona enganchada al juego “vive” para jugar, renegando habitualmente de posturas críticas, reivindicativas, solidarias. Se transforma así en un ciudadano “cómodo” para los poderes dominantes.
¿Todos ganan?
El juego de azar es una actividad económica que no crea riqueza; sólo consiste en pasar dinero de unas manos a otras. Está organizado garantizando el máximo beneficio para el que lo explota y la pérdida para el que juega. El volumen de negocio en España (lo gastado por los apostantes) superó los 40.000 millones de euros, según el Anuario del Juego 2018. Sus beneficios brutos ascendieron a 9.000 millones. Las dos variantes de apuestas deportivas que han experimentado mayor crecimiento estos últimos años son el juego online y las casas o salones de apuestas. Ambos obtienen grandes beneficios, ya que en su mayoría están radicados en paraísos fiscales o países de baja fiscalidad. Los pocos puestos de trabajo que generan son de baja cualificación.
La proximidad de la casa de apuestas o del juego online es un elemento determinante que facilita la consolidación de la conducta adictiva. Además, la inmediatez en conocer el resultado y en disponer del premio la incrementa aún más. Se ceba en particular con los estratos sociales de menos recursos, que se agarran al juego como la única salida para huir de la cruda e injusta realidad que les rodea.
No es casualidad que surjan como hongos en los barrios obreros periféricos, asolados por tasas de paro muy elevadas. Ubicándolas cerca de centros educativos y de ocio, buscan atraer a una juventud empobrecida, sin futuro, y carente de alternativas con las que desarrollarse, seducida por el supuesto dinero fácil. Como los controles de acceso en muchos casos son laxos, la participación de menores en ellos, no es inhabitual. En algunos barrios, por las mañanas en los recreos, los adolescentes se arremolinan alrededor de los salones. Y apuestan directamente o recurren a un mayor para que lo haga por ellos. Incluso se constata que adolescentes se citan en ellas para ver juntos partidos de fútbol, fumar y beber.
Diversos estudios confirman el elevado porcentaje de jóvenes que apuestan prematuramente. Por ejemplo, el Estudio de juego de apuestas y predictores psicosociales en adolescentes de la provincia de Huelva refiere que el 23,8% de los adolescentes entre 15 y 17 años ha apostado alguna vez en los últimos 12 meses. Por su parte, otro estudio de la Universidad de Santiago de Compostela revela que uno de cada cuatro adolescentes gallegos de entre 12 y 17 años ha apostado alguna vez, y la mayoría mediante apuestas presenciales. Estamos ante el granero del juego patológico. La ludopatía se instala así como un impuesto a la pobreza o, como algunos ya califican, “la heroína del siglo XXI”.
El "dejar hacer" de los poderes políticos
Las modalidades de apuestas online de ámbito nacional son competencia del Estado central. Sus diferentes organismos llevan años debatiendo su regularización sin establecer medidas eficaces que pongan coto a su desmesurado despliegue. Con el juego presencial de competencia autonómica, (y loterías y juegos online autonómicos, de menor fiscalidad que el estatal) ocurre algo similar. Es de sobra conocida la vinculación de la derecha política española y los principales operadores del juego, con ex altos cargos participando en los consejos de administración o en los lobbies del sector. Más allá de ostentosas declaraciones, es llamativa la lentitud, rallante en la inacción, con la que actúan los poderes públicos ante este grave problema social y sanitario. Además, la atención y tratamiento de esta adicción se deja casi exclusivamente a cargo de las propias asociaciones de afectados, que perciben escasas subvenciones del Estado.
Se hace imprescindible de manera urgente ordenar el sector regulando la publicidad de forma similar a lo ya actuado con el tabaco y alcohol, prohibiendo la participación en sus anuncios de “personas relevantes”, separando el contenido de los programas de la publicidad, estableciendo un control efectivo de acceso a los salones y a los propios terminales de juego y apuestas, mediante lectores de DNI electrónico, protegiendo a jóvenes adolescentes y personas auto-prohibidas, fijando en 500 metros la distancia mínima entre un centro educativo y el salón de juego y en 250 metros el espacio entre las propias casas de apuestas.
Además, es de vital importancia ofrecer a los jóvenes alternativas deportivas, sociales, culturales y de ocio con las que desarrollarse, equiparando los impuestos sobre el juego independientemente de la titularidad del operador, trasladando un porcentaje a su tratamiento y prevención, mejorando los servicios de inspección, etc. Paralelamente, desarrollar campañas que vayan más allá de cuatro frases, apelando a la responsabilidad individual.
Hasta que se ordene el sector en beneficio de la población en general y los menores en particular, los propios ayuntamientos deberían suspender el otorgamiento de licencias de apertura de locales de juego de azar. Frente al abandono institucional, empiezan a verse esporádicos episodios de organización y resistencia vecinal ante la nueva droga de los salones de juego.
Tanto despropósito, tanto dolor, para una actividad económica no productiva, innecesaria y altamente tóxica, que como tal no crea riqueza alguna. Se limita exclusivamente a mover dinero. Y en este juego, siempre pierden los mismos.