«Ahora mismo todos los chavales que llegan a nuestro centro comenzaron a jugar a través de las apuestas deportivas, es impresionante», asegura Bayta Díaz Rodríguez, psicóloga y psicoterapeuta especializada en adicción al juego que lleva 12 años escuchando historias de terror en Apal, Asociación para la Prevención y Ayuda al Ludópata. «Cuando entré en esta asociación, el perfil del ludópata era un hombre de entre 30-50 años que llevaba mucho tiempo jugando, sobre todo a las tragaperras y al bingo. Pero en 2009 comenzó a venir gente adicta a las apuestas. Y desde entonces, el número no ha dejado de aumentar, sobre todo entre los jóvenes». Según un informe de Codere, fundación que analiza la industria del juego en España, las apuestas deportivas tanto online como las efectuadas en establecimientos no dejan de subir. En los últimos cuatros años, los jugadores que se dejan dinero en apuestas ha aumentado en más de un 2,5%.

La primera vez que Javier puso el pie en una casa de apuestas era un mocoso de 15 años. Acudió acompañado de cuatro amigos. No les pidieron el DNI a la entrada del local, sí para apostar. Pero como uno de ellos tenía 18 años, se encargó de apostar por todos. «Éramos unos críos, manejábamos poco dinero. Cada uno ponía 2 euros y así jugábamos en total 10».

Era un juego, un modo de matar el tiempo y de sentir la adrenalina correr por las venas. Hasta que un día Javier apostó 3 euros a un partido y ganó: le cayeron 120 euros. «Fue mi perdición: pensé que era el descubrimiento del siglo, una forma fácil de ganar dinero».

A partir de ahí, empezó a jugar cada vez más fuerte: 10 euros, 20 euros... Tenía sólo 16 años y, en teoría, no podía jugar: la ley impide a los menores apostar y, para cerciorarse de ello, las casas de apuestas están obligadas a solicitar el DNI a los jugadores. Sin embargo, la legislación se incumple con frecuencia. «Yo he apostado siendo menor en varios sitios sin ningún problema», explica Javier. «Además, lo que suelen hacer otros chavales es jugar todos con el número que le dan a un mayor de edad, un número pin que te permite apostar desde las máquinas de los locales».

Pasaba cada vez más horas en las salas de juego y, cuando no estaba apostando, su mente sólo pensaba en apuestas. «Estudiaba estadística, leía ávidamente información deportiva, en mi cabeza sólo había números, porcentajes...». Ni siquiera se pudo quitar de la cabeza las apuestas durante el año que, en Primero de Bachillerato, sus padres le mandaron a estudiar a Estados Unidos para que aprendiera bien inglés. «Lo pasé fatal. Quería jugar pero no había modo, porque la legislación estadounidense impide jugar hasta los 21 años y es muy severa. Fui incluso a Las Vegas para ver si allí conseguía colarme en algún garito, pero fue imposible».

Al regresar a Madrid recuperó el tiempo perdido y volvió a las andadas, a jugar y a jugar. «Apostaba a lo que fuera: a tenis sobre ruedas, a dardos, a criquet, a carreras de perros, de caballos... Cualquier cosa». Todo el dinero que ganaba haciendo horas extra de camarero se le iba en jugar, y aun así no era suficiente. Así que con 18 años solicitó un préstamo exprés, para lo que sólo es necesario tener el DNI y ser mayor de edad. «Pedí 400 euros, y las condiciones estipulaban un interés del 23%, por lo que dos meses después tenía que devolver 1.100 euros. Y, a partir de ahí, había una penalización de 20 euros y un interés de un 1% diario». Acabó con varios préstamos y una deuda acumulada de más de 7.000 euros.

«Vemos que el proceso de adicción a las apuestas es mucho más rápido que al de otros juegos. Tal vez porque se puede apostar cantidades bajas y durante 24 horas al día. Pero, al final, el endeudamiento de los adictos a las apuestas es bestial, como no veíamos en mucho tiempo», sentencia Bayta Díaz.

Los padres de Javier no sabían lo que estaba ocurriendo. Y el chaval, que se había convertido en un experto en mentir, estaba muy al tanto de interceptar las cartas que llegaban a su casa exigiéndole que restituyera los préstamos solicitados. Pero una de esas cartas se le escabulló y cayó en manos de sus padres. Pagaron los más de 7.000 euros de deuda y buscaron ayuda para su hijo, que para entonces ya había perdido un año de estudios en la Escuela Superior de Hostelería y Turismo por las apuestas.

«Sabes que lo que haces no está bien, pero no tienes la sensación de ser un ludópata. De hecho sólo me he dado cuenta ahora, cuando ya llevo en Apal seis meses. Exactamente desde el pasado 8 de octubre. Me pasaba el día apostando y, cuando no lo hacía, sólo pensaba en apuestas. Incluso cuando tenía relaciones sexuales con mi novia pensaba en apuestas. Y cuando dormía, soñaba con apuestas».

Pedro asiente mientras escucha a Javier. Sabe perfectamente de lo que habla porque su historia es casi idéntica, como el reflejo en un espejo. Tiene 25 años y empezó a jugar con 17. «Mi primo jugaba al fútbol y un día fui a verle con un grupo de amigos. En el campo había unas azafatas muy monas con globos que promocionaban una sala de apuestas. Repartían vales de 5 euros para quienes jugaran esa misma cantidad. Esa misma tarde había partido del Real Madrid, así que mis amigos y yo pasamos por el local para ver el encuentro y apostar. Hicimos varias apuestas todos juntos y no nos tocó nada. Pero el siguiente fin de semana volvimos a ir y esa vez sí que gané: un amigo y yo apostamos 4 euros y nos tocaron 680 euros a repartir. A partir de ahí empecé a jugar sólo, pensando siempre que me tocaría».

En las asociaciones de apoyo a ludópatas denuncian que la publicidad y el márketing de las apuestas deportivas está descaradamente dirigido a los chavales. Por no hablar de los deportistas de élite, los ídolos de la juventud o de los equipos que hacen promoción de estos establecimientos. O de las invitaciones a refrescos e incluso comidas con que estas salas suelen agasajar a sus mejores clientes, sin importarles muchas veces su edad. «Yo no sólo he apostado siendo menor, hasta me invitaban a coca-colas. Las coca-colas más caras de mi vida», se lamenta Pedro, que se dejó en apuestas los 10.000 euros que le pagaron de indemnización tras ser despedido de Mercadona y mucho más. «Me puse a trabajar de teleoperador. Me pagaban el día 1, y el 6 ya me lo había fundido todo en apuestas. Comencé asablear a compañeros y amigos».

«Las casas de apuestas han tomado el relevo de los centros recreativos, los adolescentes las usan como punto de reunión. Quedan allí a ver el fútbol, a tomar algo y, ya puestos, a apostar. No digo que todos los que acuden a esos sitios vayan a acabar siendo ludópatas, pero el riesgo es alto. Estamos comenzando a ver las dimensiones del problema, y nuestro temor es que en los próximos años puede ser gigantesco», opina Bayta Díaz.

Se puede apostar a todo: al número de córners que va a haber en un partido, de faltas, de fueras de juego, de tarjetas amarillas, de goles... Si determinado jugador va a salir al campo con camiseta de manga corta o larga, si fulano va a ser titular o se va a quedar en el banquillo, si Ronaldo meterá un gol o no... Hasta si al concluir el encuentro arrancarán los aspersores que riegan el césped... En un partido importante es posible realizar unas 700 apuestas distintas.

La terapia de rehabilitación que siguen Javier y Pedro no sólo incluye no poder llevar dinero encima o dar rodeos para evitar pasar por casas de apuestas. A Pedro, por ejemplo, sólo le dejan ver los partidos de su equipo del alma, el Real Madrid. Yen el intermedio tiene prohibido ver los anuncios. «Las referencias a las apuestas están por todos lados. En la retransmisión de un partido en la radio dedican un montón de minutos a hablar de apuestas, y se dice incluso a cuánto se paga en ese momento determinado resultado. Los jugadores de varios equipos llevan en sus camisetas publicidad de apuestas. Y en los intermedios de las transmisiones hayanuncios de apuestas. Me dicen que me aísle, que procure no pensar en apuestas. Pero no te puedes aislar de la vida, y las apuestas están por doquier».

«Ahora mismo todos los chavales que llegan a nuestro centro comenzaron a jugar a través de las apuestas deportivas, es impresionante», asegura Bayta Díaz Rodríguez, psicóloga y psicoterapeuta especializada en adicción al juego que lleva 12 años escuchando historias de terror en Apal, Asociación para la Prevención y Ayuda al Ludópata. «Cuando entré en esta asociación, el perfil del ludópata era un hombre de entre 30-50 años que llevaba mucho tiempo jugando, sobre todo a las tragaperras y al bingo. Pero en 2009 comenzó a venir gente adicta a las apuestas. Y desde entonces, el número no ha dejado de aumentar, sobre todo entre los jóvenes». Según un informe de Codere, fundación que analiza la industria del juego en España, las apuestas deportivas tanto online como las efectuadas en establecimientos no dejan de subir. En los últimos cuatros años, los jugadores que se dejan dinero en apuestas ha aumentado en más de un 2,5%.

La primera vez que Javier puso el pie en una casa de apuestas era un mocoso de 15 años. Acudió acompañado de cuatro amigos. No les pidieron el DNI a la entrada del local, sí para apostar. Pero como uno de ellos tenía 18 años, se encargó de apostar por todos. «Éramos unos críos, manejábamos poco dinero. Cada uno ponía 2 euros y así jugábamos en total 10».

Era un juego, un modo de matar el tiempo y de sentir la adrenalina correr por las venas. Hasta que un día Javier apostó 3 euros a un partido y ganó: le cayeron 120 euros. «Fue mi perdición: pensé que era el descubrimiento del siglo, una forma fácil de ganar dinero».

A partir de ahí, empezó a jugar cada vez más fuerte: 10 euros, 20 euros... Tenía sólo 16 años y, en teoría, no podía jugar: la ley impide a los menores apostar y, para cerciorarse de ello, las casas de apuestas están obligadas a solicitar el DNI a los jugadores. Sin embargo, la legislación se incumple con frecuencia. «Yo he apostado siendo menor en varios sitios sin ningún problema», explica Javier. «Además, lo que suelen hacer otros chavales es jugar todos con el número que le dan a un mayor de edad, un número pin que te permite apostar desde las máquinas de los locales».

Pasaba cada vez más horas en las salas de juego y, cuando no estaba apostando, su mente sólo pensaba en apuestas. «Estudiaba estadística, leía ávidamente información deportiva, en mi cabeza sólo había números, porcentajes...». Ni siquiera se pudo quitar de la cabeza las apuestas durante el año que, en Primero de Bachillerato, sus padres le mandaron a estudiar a Estados Unidos para que aprendiera bien inglés. «Lo pasé fatal. Quería jugar pero no había modo, porque la legislación estadounidense impide jugar hasta los 21 años y es muy severa. Fui incluso a Las Vegas para ver si allí conseguía colarme en algún garito, pero fue imposible».

Al regresar a Madrid recuperó el tiempo perdido y volvió a las andadas, a jugar y a jugar. «Apostaba a lo que fuera: a tenis sobre ruedas, a dardos, a criquet, a carreras de perros, de caballos... Cualquier cosa». Todo el dinero que ganaba haciendo horas extra de camarero se le iba en jugar, y aun así no era suficiente. Así que con 18 años solicitó un préstamo exprés, para lo que sólo es necesario tener el DNI y ser mayor de edad. «Pedí 400 euros, y las condiciones estipulaban un interés del 23%, por lo que dos meses después tenía que devolver 1.100 euros. Y, a partir de ahí, había una penalización de 20 euros y un interés de un 1% diario». Acabó con varios préstamos y una deuda acumulada de más de 7.000 euros.

«Vemos que el proceso de adicción a las apuestas es mucho más rápido que al de otros juegos. Tal vez porque se puede apostar cantidades bajas y durante 24 horas al día. Pero, al final, el endeudamiento de los adictos a las apuestas es bestial, como no veíamos en mucho tiempo», sentencia Bayta Díaz.

Los padres de Javier no sabían lo que estaba ocurriendo. Y el chaval, que se había convertido en un experto en mentir, estaba muy al tanto de interceptar las cartas que llegaban a su casa exigiéndole que restituyera los préstamos solicitados. Pero una de esas cartas se le escabulló y cayó en manos de sus padres. Pagaron los más de 7.000 euros de deuda y buscaron ayuda para su hijo, que para entonces ya había perdido un año de estudios en la Escuela Superior de Hostelería y Turismo por las apuestas.

«Sabes que lo que haces no está bien, pero no tienes la sensación de ser un ludópata. De hecho sólo me he dado cuenta ahora, cuando ya llevo en Apal seis meses. Exactamente desde el pasado 8 de octubre. Me pasaba el día apostando y, cuando no lo hacía, sólo pensaba en apuestas. Incluso cuando tenía relaciones sexuales con mi novia pensaba en apuestas. Y cuando dormía, soñaba con apuestas».

Pedro asiente mientras escucha a Javier. Sabe perfectamente de lo que habla porque su historia es casi idéntica, como el reflejo en un espejo. Tiene 25 años y empezó a jugar con 17. «Mi primo jugaba al fútbol y un día fui a verle con un grupo de amigos. En el campo había unas azafatas muy monas con globos que promocionaban una sala de apuestas. Repartían vales de 5 euros para quienes jugaran esa misma cantidad. Esa misma tarde había partido del Real Madrid, así que mis amigos y yo pasamos por el local para ver el encuentro y apostar. Hicimos varias apuestas todos juntos y no nos tocó nada. Pero el siguiente fin de semana volvimos a ir y esa vez sí que gané: un amigo y yo apostamos 4 euros y nos tocaron 680 euros a repartir. A partir de ahí empecé a jugar sólo, pensando siempre que me tocaría».

En las asociaciones de apoyo a ludópatas denuncian que la publicidad y el márketing de las apuestas deportivas está descaradamente dirigido a los chavales. Por no hablar de los deportistas de élite, los ídolos de la juventud o de los equipos que hacen promoción de estos establecimientos. O de las invitaciones a refrescos e incluso comidas con que estas salas suelen agasajar a sus mejores clientes, sin importarles muchas veces su edad. «Yo no sólo he apostado siendo menor, hasta me invitaban a coca-colas. Las coca-colas más caras de mi vida», se lamenta Pedro, que se dejó en apuestas los 10.000 euros que le pagaron de indemnización tras ser despedido de Mercadona y mucho más. «Me puse a trabajar de teleoperador. Me pagaban el día 1, y el 6 ya me lo había fundido todo en apuestas. Comencé asablear a compañeros y amigos».

«Las casas de apuestas han tomado el relevo de los centros recreativos, los adolescentes las usan como punto de reunión. Quedan allí a ver el fútbol, a tomar algo y, ya puestos, a apostar. No digo que todos los que acuden a esos sitios vayan a acabar siendo ludópatas, pero el riesgo es alto. Estamos comenzando a ver las dimensiones del problema, y nuestro temor es que en los próximos años puede ser gigantesco», opina Bayta Díaz.

Se puede apostar a todo: al número de córners que va a haber en un partido, de faltas, de fueras de juego, de tarjetas amarillas, de goles... Si determinado jugador va a salir al campo con camiseta de manga corta o larga, si fulano va a ser titular o se va a quedar en el banquillo, si Ronaldo meterá un gol o no... Hasta si al concluir el encuentro arrancarán los aspersores que riegan el césped... En un partido importante es posible realizar unas 700 apuestas distintas.

La terapia de rehabilitación que siguen Javier y Pedro no sólo incluye no poder llevar dinero encima o dar rodeos para evitar pasar por casas de apuestas. A Pedro, por ejemplo, sólo le dejan ver los partidos de su equipo del alma, el Real Madrid. Yen el intermedio tiene prohibido ver los anuncios. «Las referencias a las apuestas están por todos lados. En la retransmisión de un partido en la radio dedican un montón de minutos a hablar de apuestas, y se dice incluso a cuánto se paga en ese momento determinado resultado. Los jugadores de varios equipos llevan en sus camisetas publicidad de apuestas. Y en los intermedios de las transmisiones hayanuncios de apuestas. Me dicen que me aísle, que procure no pensar en apuestas. Pero no te puedes aislar de la vida, y las apuestas están por doquier».