Los expertos advierten que es necesario distinguir entre un uso irresponsable y una "adicción comportamental". Esta responde a los mismos parámetros que las adicciones a sustancias: necesidad cada vez de más consumo para obtener satisfacción, agresividad en abstinencia, alteración de los hábitos del sueño y de la alimentación, aislamiento y pérdida de la vida familiar, profesional y educativa. Garcia establece en por lo menos un año el tiempo para considerar que un hábito presenta muestras de enfermedad, y añade que es indicativo de haber adicción si la persona "es consciente de que tiene un problema pero no puede hacer nada para solucionarlo". Los médicos consultados para este reportaje avisan de que en muchos casos las adicciones a las TIC son síntomas de otros problemas, de malos hábitos o de trastornos mentales. "Estamos estudiando si la adicción a las TIC está causada por otras patologías, como ansiedad o una depresión, o si es la adicción la que lo genera", añade González.
Testimonio de una madre
C. es una madre de Andalucía que recurrió al programa Proyecto Joven de Bononato para su hijo de 13 años. Prefiere preservar su identidad para no afectar la reputación. Su hijo era adicto a pantallas, tanto a videojuegos como al ordenador y al móvil. La madre destaca que se refugiaba en internet porque es un chico con dificultad para relacionarse. La situación se hizo insoportable cuando C. intervenía y la reacción del menor era violenta: "Asistíamos dos veces por semana a las sesiones. Al principio él no quería pero finalmente se sintió a gusto porque había otros chavales como él", explica C. La terapia duró un año y está diseñada para padres e hijos. “Yo trabajaba mi posición de adulto y cómo mantener la calma. Los ejercicios eran para los dos, nos enseñaron herramientas de confrontación. En vez de decirle «por qué no has hecho hoy la cama» o «no me insultes», debía preguntarle «¿qué ha pasado hoy que no has hecho la cama?» o decirle que me siento mal porque me ha insultado”. También es importante, según lo aprendido por C., alabar las cosas que su hijo hace bien. Ahora el joven tiene 15 años, la mejoría es evidente y cumple con las rutinas establecidas: una hora diaria de internet a cambio de hacer los deberes, tareas del hogar y no dormir con el móvil en la habitación.
Garcia destaca que hay casos extremos que requieren internamiento en un centro sanitario, como el de un joven que llevaba dos años sin salir de casa, que se negaba a ser atendido y que sus horarios de dormir y hábitos de alimentación estaban totalmente alterados. Eduardo Cueto es terapeuta de Proyecto Hombre en Madrid y apunta que estas situaciones son excepcionales. “Poner a un adolescente la etiqueta de adicto es una cuestión muy delicada. Hay que analizar caso por caso”, relata Cueto, que considera que “adicto es una persona que no duerme, que no se levanta para comer, que se alimenta de sobres, consume bebidas energéticas, no sale de casa en mucho tiempo y desarrolla fotofobia. El resto es un mal uso de unos instrumentos que se han convertido en extensiones nuestras”.
Bononato subraya que el abuso existe entre adultos pero este tiende a normalizarse y no se pide ayuda hasta que la situación es extrema. González recuerda el caso reciente de un hombre de 42 años, adicto a los videojuegos, que aceptó ser tratado por el AIS porque su mujer le amenazó con la separación. “Había dejado en más de una ocasión de ir a recoger a los niños al colegio y su respuesta era «pero cómo voy a parar, si un ejército depende de mí». Se aíslan en otro mundo en el que ganan autoestima”. La misma descripción utiliza Garcia para detallar a otro joven cuidado en SPOTT que interrumpió sus estudios porque estaba enganchado a Instagram: “Me decía que cómo podía dejarlo si aquel día había conseguido 400 likes”. En casos así, insiste Garcia, es clave dar formación a los padres.
Restringir el móvil a menores
Marc Masip, director del Instituto Psicológico Desconecta, lleva seis años volcado en tratar el abuso de las TIC. En 2017 dobló el número de jóvenes atendidos por Desconecta –más de 1.400 asistidos– y este 2018 va camino del mismo salto. Los casos extremos representan entre un 5% y un 10%, y estos son desviados para tratamiento en la clínica privada Cita, en Dosrius (Barcelona). Masip y el director psiquiatra de Cita, Josep Maria Fàbregas, reciben a EL PAÍS en este enclave natural privilegiado del Mediterráneo. Masip calcula que solo el 5% de las personas que pasan por Desconecta son adultos. Fàbregas cuenta que en Cita solo han atendido a adultos con trastornos vinculados a las apuestas online. Su explicación al menor riesgo entre los adultos es la madurez y la presión de tener mayores responsabilidades. El número de jóvenes en riesgo solo hace que crecer y se preparan para abrir una clínica destinada únicamente a adolescentes adictos a las TIC. Masip es partidario de restringir por ley el uso del móvil a los menores de 16 años porque asegura que, aunque en los colegios se establezcan límites, la tecnología y los jóvenes siempre irán por delante de padres y profesores. Fàbregas lo secunda con un ejemplo: “La ley no permite conducir a un menor de 14 años, aunque sepa llevar el coche, porque consideramos que no tiene suficiente madurez para hacerlo. Podemos plantear lo mismo con el móvil”.
Los expertos advierten que es necesario distinguir entre un uso irresponsable y una "adicción comportamental". Esta responde a los mismos parámetros que las adicciones a sustancias: necesidad cada vez de más consumo para obtener satisfacción, agresividad en abstinencia, alteración de los hábitos del sueño y de la alimentación, aislamiento y pérdida de la vida familiar, profesional y educativa. Garcia establece en por lo menos un año el tiempo para considerar que un hábito presenta muestras de enfermedad, y añade que es indicativo de haber adicción si la persona "es consciente de que tiene un problema pero no puede hacer nada para solucionarlo". Los médicos consultados para este reportaje avisan de que en muchos casos las adicciones a las TIC son síntomas de otros problemas, de malos hábitos o de trastornos mentales. "Estamos estudiando si la adicción a las TIC está causada por otras patologías, como ansiedad o una depresión, o si es la adicción la que lo genera", añade González.
Testimonio de una madre
C. es una madre de Andalucía que recurrió al programa Proyecto Joven de Bononato para su hijo de 13 años. Prefiere preservar su identidad para no afectar la reputación. Su hijo era adicto a pantallas, tanto a videojuegos como al ordenador y al móvil. La madre destaca que se refugiaba en internet porque es un chico con dificultad para relacionarse. La situación se hizo insoportable cuando C. intervenía y la reacción del menor era violenta: "Asistíamos dos veces por semana a las sesiones. Al principio él no quería pero finalmente se sintió a gusto porque había otros chavales como él", explica C. La terapia duró un año y está diseñada para padres e hijos. “Yo trabajaba mi posición de adulto y cómo mantener la calma. Los ejercicios eran para los dos, nos enseñaron herramientas de confrontación. En vez de decirle «por qué no has hecho hoy la cama» o «no me insultes», debía preguntarle «¿qué ha pasado hoy que no has hecho la cama?» o decirle que me siento mal porque me ha insultado”. También es importante, según lo aprendido por C., alabar las cosas que su hijo hace bien. Ahora el joven tiene 15 años, la mejoría es evidente y cumple con las rutinas establecidas: una hora diaria de internet a cambio de hacer los deberes, tareas del hogar y no dormir con el móvil en la habitación.
Garcia destaca que hay casos extremos que requieren internamiento en un centro sanitario, como el de un joven que llevaba dos años sin salir de casa, que se negaba a ser atendido y que sus horarios de dormir y hábitos de alimentación estaban totalmente alterados. Eduardo Cueto es terapeuta de Proyecto Hombre en Madrid y apunta que estas situaciones son excepcionales. “Poner a un adolescente la etiqueta de adicto es una cuestión muy delicada. Hay que analizar caso por caso”, relata Cueto, que considera que “adicto es una persona que no duerme, que no se levanta para comer, que se alimenta de sobres, consume bebidas energéticas, no sale de casa en mucho tiempo y desarrolla fotofobia. El resto es un mal uso de unos instrumentos que se han convertido en extensiones nuestras”.
Bononato subraya que el abuso existe entre adultos pero este tiende a normalizarse y no se pide ayuda hasta que la situación es extrema. González recuerda el caso reciente de un hombre de 42 años, adicto a los videojuegos, que aceptó ser tratado por el AIS porque su mujer le amenazó con la separación. “Había dejado en más de una ocasión de ir a recoger a los niños al colegio y su respuesta era «pero cómo voy a parar, si un ejército depende de mí». Se aíslan en otro mundo en el que ganan autoestima”. La misma descripción utiliza Garcia para detallar a otro joven cuidado en SPOTT que interrumpió sus estudios porque estaba enganchado a Instagram: “Me decía que cómo podía dejarlo si aquel día había conseguido 400 likes”. En casos así, insiste Garcia, es clave dar formación a los padres.
Restringir el móvil a menores
Marc Masip, director del Instituto Psicológico Desconecta, lleva seis años volcado en tratar el abuso de las TIC. En 2017 dobló el número de jóvenes atendidos por Desconecta –más de 1.400 asistidos– y este 2018 va camino del mismo salto. Los casos extremos representan entre un 5% y un 10%, y estos son desviados para tratamiento en la clínica privada Cita, en Dosrius (Barcelona). Masip y el director psiquiatra de Cita, Josep Maria Fàbregas, reciben a EL PAÍS en este enclave natural privilegiado del Mediterráneo. Masip calcula que solo el 5% de las personas que pasan por Desconecta son adultos. Fàbregas cuenta que en Cita solo han atendido a adultos con trastornos vinculados a las apuestas online. Su explicación al menor riesgo entre los adultos es la madurez y la presión de tener mayores responsabilidades. El número de jóvenes en riesgo solo hace que crecer y se preparan para abrir una clínica destinada únicamente a adolescentes adictos a las TIC. Masip es partidario de restringir por ley el uso del móvil a los menores de 16 años porque asegura que, aunque en los colegios se establezcan límites, la tecnología y los jóvenes siempre irán por delante de padres y profesores. Fàbregas lo secunda con un ejemplo: “La ley no permite conducir a un menor de 14 años, aunque sepa llevar el coche, porque consideramos que no tiene suficiente madurez para hacerlo. Podemos plantear lo mismo con el móvil”.