La adicción le llevó a probar "todos los palos". Y no solo on line, también le cegaron las máquinas tragaperras de salones de juegos. Allí coincidía incluso con estudiantes de instituto y asistía a un desembolso desmesurado. "Debería haber más control, por ejemplo, para darse de alta en las casas de apuestas", afirma. Jesús habla ahora desde la óptica de un jugador que decidió de motu propio comenzar un proceso de rehabilitación hace ya 10 meses en la Asociación Malagueña de jugadores de Azar en Rehabilitación (Amalajer). Lo hizo después de confesarle a su padre que era él quien robaba los ahorros de la familia.
Durante la conversación con este periódico, entona en varias ocasiones el mea culpa, apesadumbrado con la doble vida que, asegura, llevaba. "Yo era el hijo perfecto, el trabajador perfecto, el novio perfecto de cara a la galería, pero por dentro estaba totalmente destrozado. Me creía mis propias mentiras", sostiene.
Tocó fondo cuando se percató de que todo lo que había a su alrededor se desmoronaba. Con el nacimiento de su hijo se propuso abandonar el juego. "Lo intenté muchas veces, aguanté tres días o incluso una semana. Al final volvía a caer", narra el joven.
Ahora vive ajeno a la economía de su familia, aunque sabe que ya ha pagado la deuda que tenía pendiente. "En mi casa tienen que esconderme el dinero. Está guardado en una caja fuerte y yo no tengo llave", detalla. También ha tenido que renunciar al deporte para evitar la tentación de apostar. "Ganar delante de una máquina me daba una satisfacción parecida a la que sentía cuando competía", se lamenta.
En la asociación, que enseña a "vivir en orden", ha conocido el testimonio de numerosos jugadores que, como él, tratan de recuperarse de la dependencia. Entre ellos Ale, que tiene 19 años y habla con un grado de madurez impropia de su edad. Trabajaba en un salón de juegos y, eran tales las "barbaridades" que presenciaba, que sentía aversión hacia ese mundo. "Tengo amigos que en una noche han perdido 7.000 euros. He visto a gente jugando con cuatro máquinas a la vez, dejando el DNI y dinero para que la apagáramos", relata Ale.
Pero una deuda "insalvable", de 15.000 euros que había contraído le llevó a probar suerte. "Empezar es lo peor, pero que te toque es una bomba. Aunque pierdas millones de veces siempre piensas que algún día tiene que volver a tocar", afirma. En su caso, fueron suficientes tres apuestas para que su padre sospechara de lo que ocurría. "Invertí 700 euros. Si no me hubieran descubierto, hoy seguiría jugando porque siempre tuve un trastorno del control de los impulsos", asegura. Ale lleva dos meses en terapia y es consciente de que dejar el juego es la punta del iceberg. "Ahora empieza lo duro. Esto tiene dos salidas: bajo tierra o rehabilitado. Espero no desviarme", añade Jesús.
La adicción le llevó a probar "todos los palos". Y no solo on line, también le cegaron las máquinas tragaperras de salones de juegos. Allí coincidía incluso con estudiantes de instituto y asistía a un desembolso desmesurado. "Debería haber más control, por ejemplo, para darse de alta en las casas de apuestas", afirma. Jesús habla ahora desde la óptica de un jugador que decidió de motu propio comenzar un proceso de rehabilitación hace ya 10 meses en la Asociación Malagueña de jugadores de Azar en Rehabilitación (Amalajer). Lo hizo después de confesarle a su padre que era él quien robaba los ahorros de la familia.
Durante la conversación con este periódico, entona en varias ocasiones el mea culpa, apesadumbrado con la doble vida que, asegura, llevaba. "Yo era el hijo perfecto, el trabajador perfecto, el novio perfecto de cara a la galería, pero por dentro estaba totalmente destrozado. Me creía mis propias mentiras", sostiene.
Tocó fondo cuando se percató de que todo lo que había a su alrededor se desmoronaba. Con el nacimiento de su hijo se propuso abandonar el juego. "Lo intenté muchas veces, aguanté tres días o incluso una semana. Al final volvía a caer", narra el joven.
Ahora vive ajeno a la economía de su familia, aunque sabe que ya ha pagado la deuda que tenía pendiente. "En mi casa tienen que esconderme el dinero. Está guardado en una caja fuerte y yo no tengo llave", detalla. También ha tenido que renunciar al deporte para evitar la tentación de apostar. "Ganar delante de una máquina me daba una satisfacción parecida a la que sentía cuando competía", se lamenta.
En la asociación, que enseña a "vivir en orden", ha conocido el testimonio de numerosos jugadores que, como él, tratan de recuperarse de la dependencia. Entre ellos Ale, que tiene 19 años y habla con un grado de madurez impropia de su edad. Trabajaba en un salón de juegos y, eran tales las "barbaridades" que presenciaba, que sentía aversión hacia ese mundo. "Tengo amigos que en una noche han perdido 7.000 euros. He visto a gente jugando con cuatro máquinas a la vez, dejando el DNI y dinero para que la apagáramos", relata Ale.
Pero una deuda "insalvable", de 15.000 euros que había contraído le llevó a probar suerte. "Empezar es lo peor, pero que te toque es una bomba. Aunque pierdas millones de veces siempre piensas que algún día tiene que volver a tocar", afirma. En su caso, fueron suficientes tres apuestas para que su padre sospechara de lo que ocurría. "Invertí 700 euros. Si no me hubieran descubierto, hoy seguiría jugando porque siempre tuve un trastorno del control de los impulsos", asegura. Ale lleva dos meses en terapia y es consciente de que dejar el juego es la punta del iceberg. "Ahora empieza lo duro. Esto tiene dos salidas: bajo tierra o rehabilitado. Espero no desviarme", añade Jesús.