Ocurrió el pasado 27 de octubre en el número 47 de la calle Pérez del Toro, un edificio de dos viviendas y un local que es propiedad de la familia Montesdeoca, vecinos de todo la vida del barrio de Arenales. La víctima, de 27 años, cursaba Relaciones Laborales en la misma universidad que Alberto. Era su segunda carrera y había venido de La Palma a estudiarla, isla en la que tenía a toda su familia.
Ambos arrastraban una mala relación porque se reprochaban los ruidos que salían de sus respectivas viviendas. Ella, en el piso de arriba, con la música. Él, en la planta baja, con los videojuegos, una afición a la que Alberto dedicaba la mayor parte de su tiempo. El joven sigue en Internet varias páginas especializadas en ese tipo de entretenimiento y tiene un perfil abierto para disputar campeonatos en línea con otros usuarios.
Enemistad
La enésima discusión por los gritos y los ruidos asociados a esas partidas es la razón por la que el imputado mató a su vecina, según ha confesado ante la policía y la autoridad judicial. Saray, ese 27 de octubre, le había vuelto a recriminar las molestias que le causaban los gritos durante esas largas sesiones a la consola y el ordenador.
Su compañera de piso se la encontró muerta sobre las 17.00 horas, al volver a casa, en la misma entrada, y avisó a Alberto, su vecino, que estaba en el piso de abajo. Los agentes le interrogaron y vieron fisuras en su coartada. Por eso, desde el segundo día, se convirtió en el principal sospechoso.
La puerta de Saray no estaba forzada y tampoco había desaparecido nada de su vivienda. Los indicios, por tanto, revelaban que conocía a la persona que llamó y por ese motivo le abrió la puerta. Los agentes analizaron más testimonios, el móvil de la víctima y las imágenes grabadas por las videocámaras de los negocios cercanos, entre otras líneas de investigación, pero el principal sospechoso siempre fue Alberto Montesdeoca, tanto que la policía llegó a registrar, sin éxito, una finca del padre en busca del arma homicida. Finalmente decidieron detenerlo y el muchacho, tras pasar la noche del martes en los calabozos, se derrumbó en el interrogatorio.
La confesión y el tipo de lesiones mortales que sufrió Saray, con más de cuatro golpes en la cabeza y cortes en los brazos, revela que fue atacada por sorpresa, de frente y que apenas pudo levantar las manos para tratar de protegerse, según las primeras conclusiones de los médicos forenses. De ahí que el Ministerio Público, al apreciar indicios de asesinato con alevosía, solicitase prisión provisional, comunicada y sin fianza por ese delito, una medida preventiva que finalmente ha acordado el magistrado instructor.
El joven ha reconocido que mató a su vecina con una azada de dos picos, una herramienta de jardinería que se usa para mover la tierra. La Brigada de Homicidios de la Policía Judicial, tras recibir los informes de los forenses, buscó desde el primer momento un arma homicida de esas característica, con una hoja tipo sacho, es decir, contundente y de borde afilado. También se encargaron análisis de ADN para dar con el perfil genético del agresor.
Ocurrió el pasado 27 de octubre en el número 47 de la calle Pérez del Toro, un edificio de dos viviendas y un local que es propiedad de la familia Montesdeoca, vecinos de todo la vida del barrio de Arenales. La víctima, de 27 años, cursaba Relaciones Laborales en la misma universidad que Alberto. Era su segunda carrera y había venido de La Palma a estudiarla, isla en la que tenía a toda su familia.
Ambos arrastraban una mala relación porque se reprochaban los ruidos que salían de sus respectivas viviendas. Ella, en el piso de arriba, con la música. Él, en la planta baja, con los videojuegos, una afición a la que Alberto dedicaba la mayor parte de su tiempo. El joven sigue en Internet varias páginas especializadas en ese tipo de entretenimiento y tiene un perfil abierto para disputar campeonatos en línea con otros usuarios.
Enemistad
La enésima discusión por los gritos y los ruidos asociados a esas partidas es la razón por la que el imputado mató a su vecina, según ha confesado ante la policía y la autoridad judicial. Saray, ese 27 de octubre, le había vuelto a recriminar las molestias que le causaban los gritos durante esas largas sesiones a la consola y el ordenador.
Su compañera de piso se la encontró muerta sobre las 17.00 horas, al volver a casa, en la misma entrada, y avisó a Alberto, su vecino, que estaba en el piso de abajo. Los agentes le interrogaron y vieron fisuras en su coartada. Por eso, desde el segundo día, se convirtió en el principal sospechoso.
La puerta de Saray no estaba forzada y tampoco había desaparecido nada de su vivienda. Los indicios, por tanto, revelaban que conocía a la persona que llamó y por ese motivo le abrió la puerta. Los agentes analizaron más testimonios, el móvil de la víctima y las imágenes grabadas por las videocámaras de los negocios cercanos, entre otras líneas de investigación, pero el principal sospechoso siempre fue Alberto Montesdeoca, tanto que la policía llegó a registrar, sin éxito, una finca del padre en busca del arma homicida. Finalmente decidieron detenerlo y el muchacho, tras pasar la noche del martes en los calabozos, se derrumbó en el interrogatorio.
La confesión y el tipo de lesiones mortales que sufrió Saray, con más de cuatro golpes en la cabeza y cortes en los brazos, revela que fue atacada por sorpresa, de frente y que apenas pudo levantar las manos para tratar de protegerse, según las primeras conclusiones de los médicos forenses. De ahí que el Ministerio Público, al apreciar indicios de asesinato con alevosía, solicitase prisión provisional, comunicada y sin fianza por ese delito, una medida preventiva que finalmente ha acordado el magistrado instructor.
El joven ha reconocido que mató a su vecina con una azada de dos picos, una herramienta de jardinería que se usa para mover la tierra. La Brigada de Homicidios de la Policía Judicial, tras recibir los informes de los forenses, buscó desde el primer momento un arma homicida de esas característica, con una hoja tipo sacho, es decir, contundente y de borde afilado. También se encargaron análisis de ADN para dar con el perfil genético del agresor.