–Hay unas 400 personas en tratamiento, de las cuales unas 40 están iniciando tratamiento. Antes llegaban unas 110 al año. Sin embargo, en 2018 fueron 167. Hemos elevado el número [de usuarios]. El tratamiento dura dos años, si no hay recaídas.
–¿Se puede salir de la ludopatía?
–Sí, se sale si uno es capaz de hacer el tratamiento completo. En torno al año se produce mucho abandono del tratamiento. La rehabilitación es complicada porque hay que cambiar el estilo de vida y aprender nuevas estrategias. Hay personas que tienen que reiniciar el tratamiento. Hay personas que lo abandonan por motivos laborales o por vergüenza, porque quieren hacer el tratamiento ocultándose y esto las lleva al abandono, con lo cual se producen recaídas. Hicimos un estudio y concluía que el 98% de las personas que completaban el tratamiento no volvían a jugar. Pero hay otras que se quedan en el camino.
–¿La ludopatía es un problema bastante habitual?
–Yo vivo en un bloque en el que hay 38 vecinos. Cinco hemos pasado por aquí [Amalajer] a recibir tratamiento. Algunos están bien, pero otros siguen jugando. Cuando tú ves a una persona que ha estado aquí y no te mira a la cara... es que no está muy bien.
–Supongo que ven historias personales peliagudas...
–Vemos dramas gordísimos. Podemos hablar hasta de delitos, que principalmente se cometen en la familia. Porque hablamos de falsificación porque suplantan la identidad de un familiar o un conocido.
–¿Para usar su tarjeta para jugar?
– O porque mienten y le dicen a la familia que el dinero de la hipoteca no hay que ingresarlo en una cuenta, sino en otra; que es suya, personal, y juegan con ese dinero. Y cuando se da cuenta la familia es porque les ha llegado el desahucio. Si se lo hace un hijo a una madre es un delito, pero... O trabajadores, que cogen dinero de su empresa... Mayoritariamente, las personas que se ponen en tratamiento intentan pagar la deuda, si es que viven lo suficiente para pagarla...
–¿Y cuánto llegan a deber?
–Bueno, ten en cuenta que en el juego patológico no hay una sobredosis, como en el alcohol o la cocaína. Una sobredosis de cocaína te mata. Y el alcohol también, por un coma etílico. Pero en el juego puedes apostar 6.000 ó 7.000 euros, lo que hace la persona es endeudarse cada vez más.
–Ahora el juego on line está en cada casa ¿Es más difícil combatir así la ludopatía?
–Es más complicado. Además antes no había publicidad en el juego y ahora la publicidad se abre y no hay regulación. Hay anuncios muy agresivos y están haciendo mucho daño porque se sancionan, pero no se retiran.
–He leído que proponen una especie de carné para poder jugar. ¿Cómo sería?
–Como una licencia de conducir o de caza. La persona tendría que pasar unos tests psicotécnicos . Y eso te permitiría jugar. Es que hay hasta personas con discapacidad intelectual o enfermedades mentales y están jugando. Les permiten jugar en los salones...
–¿No hablamos de ludópatas que sean vulnerables?
–No, no. Hablo ya de personas con discapacidad cognitiva, que juegan; y la ludopatía los destroza. Personas con enfermedades mentales que juegan en su periodo de crisis. Todo esto se podía evitar con ese carné. Lo mismo que podemos evitar que conduzcan o tengan escopetas...
–¿Algún país lo ha regulado así?
–Por desgracia no. Es una idea de surgió en la Facultad de Psicología de Valencia, del profesor Mariano Chóliz. Se la hemos planteado a la Dirección General de Juego a nivel nacional, pero ni caso. Otra propuesta es alargar el tiempo entre las jugadas. En una tragaperras, por ejemplo, si entre echar la moneda y la siguiente jugada el tiempo es de dos segundos, alargarlo a cinco segundos. El problema es que las casas de juego estudian los perfiles de los jugadores patológicos para adaptar el producto a que cada vez se juegue más en este país.
–¿Cuándo es patológico el juego?
–Cuando se deja de hacer cosas importantes para jugar, cuando aparece la mentira, cuando hay que volver a jugar para recuperar lo perdido...
–¿Cómo llegan a Amalajer?
–Normalmente vienen presionados por la familia, cuando tienen problemas sociales, económicos o familiares. Es muy importante que la familia acuda también con ellos al tratamiento, de grupo y psicológico. Porque hay que tener un control económico, mirar las cuentas... Hay síntomas que se pueden detectar con estos controles. Para la ludopatía no hay fármacos que inhiban las ganas de jugar. Hay que resetearse; cambiar el estilo de vida, pero con el mismo trabajo y la misma familia. La familia en muchos casos se entera de golpe cuando no hay para pagar la hipoteca.
–No entiendo que una persona pierda y siga apostando...
–Muchos de los jugadores somos narcisistas porque estamos venciendo a las matemáticas que sabemos que están en nuestra contra. Cuando estamos en un salón y acertamos un pleno, hay una exclamación de admiración hacia el ganador. Eso no se produce con el juego on line. Por eso las casas de apuesta on line crean chat para que los jugadores interactúen y comenten las jugadas; para fomentar el juego, para engancharlos.
–Siendo una ONG, ¿cómo subsisten?
–En este momento no sabemos qué va a pasar. Desde que ha cambiado el gobierno de Andalucía estamos en un impasse de incertidumbre. Por un lado por el cambio de consejería; estábamos en Igualdad y nos han pasado a Salud. Y por otro, porque tenemos un concierto que se ha paralizado; no cobramos. [Explica que la organización que preside surgió en 1989, de un grupo para tratar la ludopatía que había en la Asociación de Alcohólicos en Rehabilitación (AREA) que se escindió y que Amalajer está acreditada como centro de tratamiento del juego patológico ]. Llevamos 30 años viviendo tiempos difíciles. Vivimos en la incertidumbre continuamente, no terminamos de arrancar. Ahora podemos subsistir gracias a la colaboración de las personas que vienen a tratamiento y que pagan una cuota voluntaria de 20 euros mensuales. Si no, no podríamos subsistir.
–¿La adicción al juego afecta también a menores?
–Sí. Hay chavales con 16 años que ya apuestan en los salones de juego, cuando está prohibido hasta los 18. Quiere decir que esto habría que mirarlo. Con los menores hay que tener tolerancia cero. Los padres tienen que llamar a la policía y poner una denuncia contra ese salón de juegos. Está prohibido, pero la policía no interviene. No levantan actas, o se hacen interminables, o las sanciones no le llegan... Esto es un desmadre.
–Como lo pinta, la ludopatía es un problema social...
–Si no hacemos algo ya contra el juego nos vamos a cargar una generación. Este país ya vivió algo parecido con la generación que se cargó con la heroína. Y con el juego patológico, si no hacemos algo, nos cargaremos otra generación porque está aumentando a pasos agigantados. Ya hay chavales que no van a pagar sus deudas de juego aunque vivan 60 años. Además, hay mafias dedicadas a los préstamos ilegales. Para colmo, la familia tiende a ocultar al jugador patológico para que no pierda el puesto de trabajo... Así que la propia familia tiende a invisibilizar el problema; igual que ocurrió con la heroína, que se trataba de proteger al hijo, pero cada vez el problema era mayor.
–¿Usted que perdió con el juego?
–Perdí mi dignidad como persona, ver crecer a mi hijo, no estar al lado de ellos cuando me necesitaban, tener a mi compañera abandonada y a la familia desquiciada.
–Me refería a lo material, aunque creo que esto que ha dicho es más importante...
–Perdí un pequeño negocio que se fue al garete por mis deudas de juego.
–En esta entrevista hay que hacer preguntas sobre otros asuntos. Por ejemplo ¿qué le mejoraría a la provincia?
–Le pondría una mejor comunicación. Vivo en Rincón y deberíamos tener un tren de Cercanías. Nos quitaron la Cochinita y nos pusieron autobuses, pero debería haber un tren de Cercanías hacia la costa oriental.
–Ahora que hay tantas elecciones, ¿qué le diría a los políticos?
–La gente de mi edad, cuando luchábamos, algunos de los que conocimos el régimen de Franco, pensábamos que cuando se acabara, se acabarían también los chorizos, pero todavía siguen los chorizos. Creíamos que cuando llegasen las urnas, se acabarían la corrupción y la mentira. Pero todavía seguimos con las mismas...
Francisco Abad confiesa sin ambages que es un jugador patológico. Lo dice en presente, aunque lleva más de media vida rehabilitado. Electricista, tenía un pequeño negocio que se fue al garete por sus deudas de juego. Con 33 años tocó fondo. Pero hubo personas que le ayudaron y logró salir adelante. Desde entonces ha dedicado gran parte de sus esfuerzos a la Asociación Malagueña de Jugadores de Azar en Rehabilitación (Amalajer). Desde esta organización de la que es presidente, de forma altruista intenta ayudar a otras personas que como él han caído en la adicción al juego. Es su forma de devolver a la sociedad lo que hace ya muchos años hicieron por él. Además, es el presidente de Fajer, la federación andaluza que agrupa a estas asociaciones. Le gusta pasear por la playa y hacer vida en familia, la que también fue clave para salir adelante tras su tropiezo con el juego. Dice que “ni aunque tuviera siete vidas” podría pagar con su trabajo cotidiano desde las organizaciones Amalajer y Fajer todo lo que hicieron por él cuando cayó en el pozo de la ludopatía.
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"En 2009 empezó a aparecer algún caso de adictos a las apuestas", dice la psicóloga Bayta Díaz. "Para 2017 eran el 43% de los casos que atendemos".
Hasta no hace tanto, esos locales fueron tiendas de barrio. De 2008 a 2017 se registró un crecimiento del 29% en el número de salones de juego (y un aumento del negocio del 10%), producido por una reconversión del sector debida a la crisis. Ahora, más de tres millones de personas visitan anualmente los 3.150 salones que se reparten por el país, gestionados por una veintena de cadenas. En 2012 se concedieron las primeras autorizaciones de juego online. Y ya existen 52 empresas con licencia, 833.525 cuentas activas cada mes y 1.465.129 jugadores. Con este panorama, la situación ha dado un vuelco. Y no hablamos de la disposición de los negocios en las calles, sino del agravamiento de la ludopatía, espoleado por las apuestas deportivas, permitidas desde 2008. “Desde hace cuatro años es una epidemia brutal, estamos desbordados”, asegura Julio Abad, psicólogo de la fundación Patim, dedicada a la prevención y tratamiento de adicciones en Valencia y Castellón. “A partir de 2009-2010 empezó a aparecer algún caso esporádico de adictos a las apuestas”, agrega Bayta Díaz, de la asociación madrileña Apal. “Y para 2017 ya eran un 43% de los casos nuevos que atendemos”.
Reconocida como una enfermedad dentro de los trastornos de los hábitos y del control de los impulsos por la Organización Mundial de la Salud, la ludopatía se desencadena sin sustancia, a diferencia de la adicción al alcohol o las drogas. Pero es igualmente capaz de conducir a la deuda y hasta a la ruina. A la mentira y al robo. A la destrucción de las relaciones personales y al aislamiento. Incluso a la cárcel y, en último extremo, a la muerte. Para este reportaje han aportado su testimonio anónimo una persona que se autolesionaba y otra que intentó suicidarse.
Más de 309.000 individuos, el 0,9% de la población de entre 18 y 75 años (tramo de edad que se aplicará a todos los datos poblacionales), sufren adicción al juego, según la Federación Española de Jugadores de Azar Rehabilitados. La tasa es menor de acuerdo con un estudio de la empresa Codere y la Universidad Carlos III (Percepción social sobre el juego de azar en España 2018): entre el 0,5% y el 0,7% de la población, segmento en el que los inmigrantes jóvenes pueden representar entre el 25% y el 33%. Esta enfermedad no es nueva: el juego privado (casinos, bingos) se legalizó en 1977; los salones de juego y las tragaperras —de las que hay 200.000 en España—, a principios de los ochenta. Fue en esa década cuando empezaron a tratarse los primeros ludópatas. Con la expansión de las apuestas y el juego online se ha modificado el perfil del paciente. “Cada vez llegan más jóvenes, más endeudados, y desarrollan un comportamiento patológico con más rapidez: a veces en cuestión de meses”, ilustra Díaz.
Roberto Fontaneda vive en Alar del Rey, localidad palentina de mil habitantes. Tiene 20 años y cara de niño pese a su tamaño y su voz grave. Empezó a jugar al filo de la mayoría de edad y en “año y medio o dos años” ya mostraba una conducta problemática. Su caso es paradigmático de la actual hornada de ludópatas. “La primera vez que me jugué dinero fue a las chapas”, recuerda. Cuando inauguraron un salón de juego en la cercana Aguilar de Campoo (7.000 habitantes), se animó a pasarse con sus amigos “para echar unas risas y tomar unas cervezas”. En estos locales, la bebida y la comida son llamativamente baratas. Hay desayunos por dos euros. Y copas a cuatro. “El primer día ganamos, y creo que ese fue el detonante porque te engañas y dices: ‘Voy a volver”.
Frente a la simplicidad de las quinielas, las apuestas deportivas se rodean de un aura de complejidad. Es posible arriesgar dinero a decenas de partidos en vivo o por disputar. Durante el encuentro se puede intentar adivinar algún desenlace, como qué jugador va a recibir una tarjeta. Además, se permite realizar apuestas combinadas. Hay 30 o 40 deportes y ligas donde elegir, masculinos y femeninos. Fútbol y baloncesto son los más populares, pero se oferta desde el surf hasta los e-sports. Y no solo cabe apostar en encuentros disputados en España: la selección de países es tan amplia (sobre todo en fútbol) que abarca desde Botsuana hasta Omán. “Otro problema es que en Internet no hay horarios ni distancias”, agrega Abad. “Y la publicidad normaliza el juego porque crea estereotipos positivos”.
Fontaneda participa semanalmente en la terapia de grupo de la asociación burgalesa Abaj. Acude acompañado de su madre, pues los familiares también padecen las consecuencias. Para este joven, su obsesión se llamaba ruleta. Como ocurre con las apuestas deportivas, que muchas veces se realizan al calor del directo, se trata de un juego de “respuesta rápida”: se puede ganar o perder en cuestión de un momento, cualidad clave para la aceleración de los síntomas de la ludopatía. En las apuestas confluyen además nociones como el “sesgo de conocimiento”: la creencia de que se puede vencer a la suerte con lo que se sabe de fútbol o baloncesto. Pedro (nombre ficticio), de 39 años, recibe terapia en Patim. Es licenciado en Ciencias del Deporte. Tras dejar las apuestas por un tiempo, decidió jugarse un euro en una cena. “Recaí de forma brutal: gasté todos mis recursos, los familiares, los de mi empresa”. Cuando tocó fondo, había acumulado una deuda de 100.000 euros de su salario y préstamos de allegados y bancos. En despachos de abogados como el madrileño ActivaT refieren casos de menores que generan deudas de juego a través de compañías de microcréditos. J. A., que llegó a malgastar 200.000 euros, habla de “mafias de usureros”. “Se pasean por el salón, ven el problema que tienes y se ofrecen a dejarte dinero. Luego te tienen controlado”.
Al pensar en publicidad de juego, quizá venga a la mente un spot especialmente taladrante. “Vive, vive, vive. Apuesta, apuesta, apuesta”. Solo es uno de tantos: en 2018, InfoAdex contabilizó 334.688 inserciones en radio, televisión, prensa y cine. El 48% fueron de loterías y el 39% de apuestas. Existe un código de conducta para la promoción del juego en línea supervisado por Autocontrol, pero no es de obligado cumplimiento. Hace poco, no obstante, el organismo impuso una sanción a 888, la casa que se promociona a base de imperativos, ya que infringía la norma de no reflejar “una actitud compulsiva”. Protagonizado por un ejército de héroes deportivos y televisivos, el sector reconoce este hostigamiento mediático como un elemento pernicioso para su imagen. “El reglamento de publicidad aún no ha salido, y eso nos ha hecho daño”, lamenta Alejandro Landaluce, director de Cejuego, patronal que aglutina a empresas como Cirsa, Luckia o Codere. “Pero si ahora se puede poner publicidad en todos los partidos, yo lo voy a hacer porque si no lo hará mi competencia”.
El perfil sociológico de los clientes de salones de juego es eminentemente masculino (64,2%) y joven (el 68% son menores de 34 años), cifras que fluctúan en el caso de usuarios de apuestas deportivas: el 88% son hombres y el 55,9% son menores de 34. “Los hombres suelen buscar el dinero y la excitación, mientras que las mujeres juegan por soledad”, ilustra Sandra Cuevas, psicóloga de Ajupareva, en Valladolid. En esta asociación, un 9,6% de los ludópatas son las. En alguna terapia, los varones han recriminado a las mujeres que dejaran solos a sus hijos cuando iban al bingo. Visto el estigma, aquí han establecido un grupo de terapia femenino al que acuden entre seis y ocho pacientes. De las 17 que se tratan en esta asociación, una es adicta a las apuestas y dos al juego online. Las demás responden a un perfil clásico del ludópata. María Jesús se enganchó a las tragaperras. Miriam, al bingo. Lo mismo que Mercedes, quien, para intentar recuperar lo que perdía con los cartones, jugaba a los rascas de la ONCE.
Un 45% de la industria del juego está copada por el sector público (loterías, ONCE). El resto del pastel corresponde a la empresa privada, tanto en su modalidad presencial como en Internet. La parte virtual, legalizada en 2011, la supervisa Hacienda a través de la Dirección General de Ordenación del Juego. Desde 2018, los operadores en Internet pueden tributar de manera reducida en Ceuta y Melilla, y varios ya han trasladado allí sus sedes. La vertiente física, del otro lado, es de competencia autonómica. De ahí que, dependiendo de dónde nos encontremos, podremos ver máquinas de apuestas en bares (Galicia, Valencia); un montón de estos negocios acumulados en una sola zona (a diferencia, por ejemplo, de Cataluña, donde debe haber una distancia de 1.000 metros entre ellos); regiones donde está prohibida la publicidad de apuestas en espacios deportivos (Aragón) o en las televisiones y radio autonómicas, como Madrid, cuya regulación se ha endurecido en abril con un decreto que establece multas de 9.000 euros y cierre temporal por la presencia de menores en salas de juego, y se suma a otras 14 comunidades en marcar distancias entre estos negocios y los colegios o institutos. Hasta la aprobación del nuevo decreto, uno de cada cuatro centros de bachillerato y FP de Madrid se encontraba a menos de 150 metros de un salón de juego.
Asociaciones de vecinos y de padres de alumnos empezaron a lanzar señales de alarma hace un par de años. La industria asegura no ver justificación. “Hay una percepción muy superior a la realidad”, dice Landaluce, “y una de las causas es la publicidad, que estamos de acuerdo en regular, pero no prohibir”. En países como Italia o en la Comunidad de Madrid ya está vetada. En el ámbito estatal, en España se anuncia el juego online, pero no así el presencial, cuya promoción está restringida o prohibida por las comunidades. En su programa electoral, Podemos propone hacer desaparecer toda publicidad, así como limitar los horarios de apertura de los locales.
Frente a las loterías o la ONCE, el sector privado se considera maltratado. “Esta es una actividad totalmente regulada y nos preocupa que se nos trate con diferente rasero. Si el juego público hace promoción con niños cantando la lotería e incluso tienen un sorteo del Niño, nadie se escandaliza”, protesta José González, presidente de Luckia. Su mención a los menores no es baladí: una parte importante del malestar que genera la industria proviene de la falta de medidas estrictas para impedir el acceso al juego por parte de los más jóvenes. Para entrar a un casino o bingo se solicita identificación. A un salón se pasa libremente. En el interior se pide la documentación para hacer apuestas: al mostrar el carné, se entrega un código PIN para activar la terminal. Pero esto no ocurre con la ruleta o las tragamonedas. La policía está intensificando su control, pero no hace falta pasar demasiado tiempo ante un salón para percatarse de la presencia de adolescentes. A veces estos le dan a un mayor de edad el dinero para que realice las apuestas. También recurren a documentos de identidad falsos o ajenos. O reutilizan el tique del PIN de alguien que lo haya tirado. Todas tretas que se reproducen entre los autoprohibidos: ludópatas que tratan de frenar su problema inscribiéndose en el Registro General de Interdicciones de Acceso al Juego, una lista negra para que les impidan el acceso a establecimientos y webs. En 2017 había 41.117 registrados, 10.000 más que en 2012.
Más allá de menores y autoprohibidos, otro colectivo que los necesita es el de los ganadores, ya que muchas casas de apuestas los vetan. Uno de los más destacados de España se llama Gonzalo Arroyo, burgalés de 34 años que ejerce de tipster. Esto es, pronostica apuestas profesionalmente. Estudia a los jugadores, los partidos, sus estadísticas y demás contingencias. Y ofrece sus predicciones en paquetes mensuales de entre 150 y 600 euros, dependiendo de la exclusividad de sus servicios. Él mismo realiza esas apuestas en varias páginas a la vez. A pesar de que muchas empresas prohíben o limitan a los ganadores para que solo puedan apostar pequeñas sumas, existen subterfugios. Por ejemplo, hay sitios web extranjeros que no ponen restricciones a quién o cuánto apuesta.
El de tipster es un trabajo a tiempo completo. Exige estar colgado del móvil o el ordenador porque la mayoría de apuestas se llevan a cabo en directo. Arroyo, formado como ingeniero, se introdujo en este mundo mientras preparaba currículos en 2012. “Al principio apostaba al tenis profesional, pero de repente vi que había gente que apostaba por otro tipo de tenistas que yo no conocía. Era el tenis de menor categoría, el ITF”, recuerda. “Entonces empecé a analizar las páginas que recopilan estadísticas y a hacer mis propias apuestas y compartirlas. ¿Por qué el ITF? Porque en este mercado se genera dinero. En el tenis profesional está todo muy ajustado: es muy difícil ganar a largo plazo, las casas de apuestas no pierden. Pero aquí, al ser tenistas desconocidos, a los analistas de las casas les costaba ajustar las cuotas. Aunque han ido mejorando”.
Al principio, Arroyo publicaba sus pronósticos en redes sociales gratuitamente. Poco a poco fue ganando fama. Y dinero. En 2014 creó BetStyle, una plataforma de pronosticadores, con un par de socios. Desde que comenzó, ha cerrado todos los meses en positivo, con una rentabilidad media del 34%. Tiene las ideas muy claras: “No quiero que mis clientes lo vean como apostar, sino como una inversión en apuestas. Para mí es algo muy serio. Pero hay personas que ensucian este trabajo”. No se refiere solo a los falsos pronosticadores, sino a los amaños: “Muchos tenistas que participan en los torneos ITF no ganan ningún premio, así que hay gente que les ofrece dinero para manipular el resultado. Algunos deportistas se ofrecen a ello”.
En las casas de apuestas, cada vez más profesionales desempeñan una labor parecida a la de Arroyo. Solo que con otro nombre: traders. En Codere tienen contratados a una veintena. Su oficina se despliega en una sala doble revestida de pantallas. Como una especie de Bolsa de valores deportiva. Estos profesionales viven con un ojo en sus ordenadores y otro en los partidos. Provenientes de carreras relacionadas con las matemáticas y apasionados del deporte, el grupo está liderado por el británico Peter Lucas: “Analizamos la expectativa de goles, la supremacía de un equipo u otro, e introducimos los parámetros en un modelo de distribución de Poisson: así convertimos los datos en una probabilidad del número de goles que va a marcar cada equipo”, ilustra. “De ahí se pueden derivar un montón de mercados y cuotas: quién va a ganar, qué marcador, número de goles en el primer o segundo tiempo…”.
Llegado de la compañía inglesa William Hill, el ejecutivo ha participado en el proceso de nacimiento y desarrollo de las apuestas en España. “Cuando empezamos, en 2008, trabajábamos con gente mirando el partido y cambiando las cuotas manualmente. Solo ofrecíamos 50 partidos cada semana con tres o cuatro mercados distintos en cada partido porque es imposible controlar más sin tecnología”, recuerda Lucas. Poco después del desembarco del directivo llegaron los canales de deportes 24 horas, las plataformas en línea fiables, las cuotas dinámicas, el uso extendido de smartphones y tabletas… Y el negocio se propulsó. Se trata de la parte más innovadora de una industria en plena efervescencia. Un negocio que unos desean ver desaparecer y otros buscan que madure y crezca. “Queremos que los clientes se queden con nosotros años y años”, dice Lucas. “Mucha gente no lo cree, pero restringimos la actividad si detectamos que alguien no está pensando, si está demasiado involucrado en el juego”.
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